ARNOLD
SCHÖNBERG Y EL CINE Música
para una escena cinematográfica op.34 María
de Arcos
En
1929, el editor alemán especializado en partituras para films mudos
Heinrichshofen propone un encargo experimental a varios compositores de música
autónoma: realizar una obra "como si estuviera pensada para el
cine". Arnold Schönberg acepta la sugerente idea y compone, entre el
15 de octubre de 1929 y el 14 de febrero de 1930, su Música para una escena
cinematográfica op. 34. La obra se estrena el 6 de noviembre de 1930 bajo
la dirección de Otto Klemperer en la Kroll-Oper de Berlín, sin la
presencia de Schönberg, que estaba enfermo. Al enterarse éste de las críticas,
se muestra gratamente sorprendido y a la vez escéptico: fuera de
previsiones, la obra parece gustar al público. Naturalmente, también
surgieron posturas detractoras, como la de un crítico de Dresde que, tras
una de las primeras interpretaciones, se preguntaba a sí mismo
"durante varios desagradables minutos, qué tipo de film -en el nombre
del cielo- se supone que podría ir con esa música abstracta". Instrumentada
para una pequeña formación orquestal similar a las empleadas para el cine
mudo (flauta, oboe, dos clarinetes, fagot, dos trompas, dos trompetas, trombón,
piano, pequeña percusión y una reducida sección de cuerdas), la obra
-cuya audición plagada de disonancias solía desanimar al público de la época-
penetraba en los intrincados parajes dodecafónicos. Sin embargo, la idea de
una música concebida como acompañamiento para la imagen permitía, tal
vez, una mayor aproximación al oyente. En este sentido, la obra estaba
apuntalada por nombres de tipo programático para designar sus partes:
Drohende Gefahr - Angst - Katastrophe (Peligro amenazante, Miedo, Catástrofe).
Pero estas secciones no constituyen movimientos independientes, sino que se
desarrollan ininterrumpidamente a lo largo de los ocho minutos de su duración
aproximada (de hecho, no hay instrucciones exactas en la partitura que
determinen el paso de uno a otro movimiento, y los analistas están en
desacuerdo sobre el punto de comienzo de la última sección, Catástrofe).
El que la obra tuviera un único movimiento orquestal con indicaciones de
tipo programático ha llevado a muchos a considerarla, desde un punto de
vista tradicional, como un poema sinfónico.
Durante la composición, Schönberg se hallaba aún viviendo en Berlín
(en 1933 emigró a los Estados Unidos, estableciéndose a partir de 1934 en
California, donde viviría hasta su muerte en 1951). Al parecer, el
compositor contemplaba la industria cinematográfica -al igual que muchos de
sus coetáneos- como un medio de expresión lleno de posibilidades, en
especial tras el nacimiento del sonoro. A pesar de considerar gran parte de
los films del momento como vulgares, conservaba una utópica y
contradictoria idea del cine, como puede observarse en sus indicaciones para
la filmación proyectada de La mano feliz (Die glückliche Hand, drama con música,
op. 18; compuesta entre 1910-13 y estrenada en Viena en 1924): La ficción ya inherente en el texto debería poder resaltarse aún más en la filmación (...). Esta es una de las circunstancias que más me inclinan a hacerlo. Si, por ejemplo, en la película se pudiese de repente hacer desaparecer el vaso, como si nunca hubiese estado allí, (...) esto tendría que resultar mucho mejor que sobre el escenario, donde hay que retirarlo de alguna manera artificial. Y así hay mil cosas que aquí se podrían solucionar con facilidad, mientras que sobre un escenario sólo se pueden llevar a cabo buscando métodos insuficientes.
Mi mayor deseo, por tanto, es lo contrario de lo que normalmente
pretende el cine. Yo quiero
¡máxima ficción! (Schönberg/Kandinsky,
1993: 104)
El sentido irreal y abstracto al que apela el compositor se ve
fuertemente influenciado, además, por una concepción pictórica de lo que
debería ser la filmación de su obra. Como arte en el que se ejercitó con
interés durante una parte importante de su vida, la pintura ejercía en Schönberg
una fuerte ascendencia en términos colorístico-visuales (la tercera de sus
Cinco Piezas para Orquesta op. 16 se llama Farben, en alemán Colores). Por
consiguiente, esto se reflejaría en sus instrucciones para el rodaje:
No debe sugerir nunca símbolos, significados o pensamientos, sino
simplemente juegos de colores y formas, del mismo modo que la música en
ningún momento arrastra consigo un significado... debería ser simplemente
como sonidos para el ojo (Bordwell, The Musical Analogy, Yale French Studies,
1980: 141).
La mano feliz, que nunca llegó a ser filmada, debía llevar -según
las minuciosas indicaciones de Schönberg- decorados de Kandinsky[1],
Kokoschka o Alfred Roller, colaborador éste último de Gustav Mahler y gran
innovador en cuestiones de iluminación. El interés por estos aspectos se
halla también presente -aunque de otra manera- en su Música para una
escena cinematográfica, a pesar de que por esta época el compositor había
dejado ya de pintar de manera sistemática. En este caso cabría pensar en
"imágenes para el oído", pero con idéntico sentido de abstracción.
La Música para una escena cinematográfica evoluciona gradualmente
hasta llegar a la liberación de una enorme carga dramática, a la manera en
que lo haría un film psicológico o de suspense cuya trama, a medida que
fuera progresando, intensificara la angustia del espectador. Este desarrollo
emocional de la obra, al igual que su gran abstracción, son característicos
de la tradición expresionista. Dividida en pequeños episodios que evocan
sucesivas escenas cinematográficas, la música avanza realizando
aceleraciones de tempo, que alcanzan su punto culminante al precipitarse
hacia el episodio final (Catástrofe). El epílogo posterior, donde se
retorna al tempo inicial, es más lento pero no por ello menos opresivo: los
inquietantes trémolos sul
ponticello en las cuerdas (motivo con el que comienza la obra) evocan
un abatimiento total, cercano a la aniquilación. La serie dodecafónica
aparece por vez primera a cargo del oboe, y sus múltiples transformaciones
constituyen el material melódico y armónico de la obra. David Hush, autor
de una Tesis Doctoral en la que analiza algunos de estos aspectos, señala:
La Música para una escena cinematográfica op. 34 de Schönberg está
basada en una técnica de composición orquestal sin precedentes en la
historia de la música. Al contrario que muchos de los trabajos dodecafónicos
de Schönberg, la op. 34 no emplea formas tradicionales. (...) Existen
diferentes modos de continuidad que son responsables del despliegue de los
acontecimientos, gradualmente comprimidos a medida que la obra progresa
(1985: 1).
Hush afirma haber encontrado en la obra de Schönberg determinados
procedimientos que posibilitan la conexión no sólo entre los episodios,
sino también a través del conjunto global de la pieza. Estos modos de
continuidad se dan en múltiples facetas: la compresión de los tempi, los
cambios de texturas entre los distintos episodios (de dos tipos: cambios
radicales y cambios transicionales), la similitud de ritmos empleados o la
regulación de alturas y timbres. La totalidad de estas técnicas (en
especial la compresión de duraciones) consigue, según Hush, que Schönberg
logre conducir al oyente desde el Peligro amenazante a la Catástrofe a través
de un devastador y fascinante viaje. Respecto a la técnica compositiva, se
pueden apreciar ciertas regularidades que crean un efecto de dirección
previsible, como crescendi, accelerandi o repeticiones de elementos.
Igualmente, los cambios radicales de tempo o textura también podrían ser
útiles a la hora de reflejar las digresiones o suspensiones de la acción
dramática del film.
Sin embargo, la cuestión de la adecuación práctica de esta obra al
cine es objeto de desavenencias. Adorno y Eisler estiman innegable su
efectividad, alegando que abarca un amplio y detallado registro emocional:
La música de Schönberg para un film imaginario, Peligro amenazante,
miedo, catástrofe, ha designado inequívocamente el punto exacto de inserción
para la utilización de los nuevos recursos musicales. Es evidente que la
ampliación de las posibilidades de expresión no se limita en forma alguna
al ámbito del miedo y de la catástrofe, sino que también se abren nuevos
horizontes en la dirección opuesta de la mayor ternura, el dolor
desgarrado, la espera vacía o la fuerza indomable (1981: 56).
Lacombe y Rocle se pronuncian también a favor del experimento, añadiendo
que "quedará como un recurso potencial para los futuros compositores
de films" y que "cuando la edad de oro de Hollywood esté
irrevocablemente extinta, este recurso será reactivado por la segunda
generación de grandes compositores" (1979: 69). Alban Berg, alumno de
Schönberg, escribió una carta a su maestro en los siguientes términos:
Ya la tengo en mi poder y, por supuesto -tras un breve estudio- estoy
impresionado. Naturalmente, es una obra de arte completa sin el film; pero
¿no sería maravilloso si pudiera ser escuchada sincrónicamente (¡o como se
diga!) con un film creado por ti? Si estuvieras interesado, seguramente
sería factible en Berlín. A propósito, estoy absolutamente convencido del
gran futuro del cine sonoro (también en conexión con nuestra música). Kurt
London, por el contrario, declara:
Por supuesto, la composición de Schönberg, escrita con el sistema
dodecafónico, difícilmente podría ser considerada en serio como acompañamiento
para un film, porque representa de la manera más abstracta un tipo de
tratamiento de la música de cine que podría ser teóricamente discutido en
una sala de conciertos, pero nunca ser adaptado o subordinado en la práctica
a una escena cinematográfica (1970: 95).
Una opinión que no difiere demasiado de la que podemos encontrar
actualmente en el New Grove Dictionary of Music and Musicians, donde se
refieren a la obra como a "una imaginaria e impracticable secuencia de
emociones". Hay que indicar, no obstante (y en ello parece abundar la
mayoría), que las reminiscencias claramente expresionistas de esta música
la hacen apta, en particular, para el cine mudo de las mismas características:
Escuchando esta música y ya leyendo los títulos de los tres
episodios encadenados (...), ¿cómo no pensar en los grandes maestros del
cine expresionista alemán de los años veinte, en Murnau, Robert Wiene o
Fritz Lang? Sólo ellos habrían podido encarnar la imagen de la visión
sonora de Schönberg, y es significativo que ningún cineasta se haya visto
tentado desde 1930 a rodar un film de acuerdo a esta partitura (Harry
Halbreich en carátula interna del LP Master Works CBS 76577).
Posiblemente, las condiciones ofrecidas por el cine mudo hubieran
constituido la única vía de aplicación posible para esta obra; no ya por
la música en concreto, sino por el propio Schönberg, puesto que en el cine
mudo, aun teniendo que realizar un trabajo de adaptación de la música a la
imagen, la ausencia de diálogos y ruidos permite una continuidad musical a
lo largo del film. Tal vez de manera inconsciente, Berg ponía el dedo en la
llaga al plantearse (como algo ideal) la aplicación de la música de Schönberg
a un film concebido por el mismo Schönberg. La insinuación, como bien
subraya Russell Lack (véase 1999: 319), remite al concepto wagneriano de
futura obra de arte total, una síntesis del cine y la música. Pero tanto
Schönberg como Berg parecían no considerar el cine como arte autónomo en
sí, sino como medio artístico para visualizar (y al mismo tiempo,
ensalzar) su propia música. Desde esta perspectiva, más que desde aquella
de orden práctico, la obra de Schönberg no podía ajustarse al concepto de
una música específicamente cinematográfica.
Tony Thomas relata los detalles del -al parecer- único contacto del
compositor con la industria cinematográfica de Hollywood:
En 1937 Thalberg citó a Schönberg en la MGM para discutir la
posibilidad de que éste hiciera la banda sonora de La buena tierra. El
productor le había comentado que esta versión de la novela de Pearl Buck
era uno de los mayores esfuerzos artísticos del estudio, lo que ofrecía
una preciosa oportunidad para un compositor. Thalberg le describió una
escena: "Hay una terrible tormenta, los campos de trigo están balanceándose
en el viento, y repentinamente la tierra empieza a temblar. Entonces,
durante el terremoto, la chica da a luz a un bebé. ¡Qué oportunidad para
la música!" Schönberg le miró escéptico, "Con todo eso
sucediendo al mismo tiempo, para qué necesita la música?" Thalberg
estaba perplejo ante su aparente falta de interés. Entonces preguntó a Schönberg:
"¿Cuáles serían sus condiciones para trabajar con nosotros?" El
compositor respondió: "Quiero escribir la música, y luego Uds. harían
una película que le correspondiera". Ni Thalberg ni ningún otro
productor se volvió a acercar jamás a Schönberg (Thomas, 1973: 41-42)[2].
Las exigencias de Schönberg (no mayores, por otra parte, que las de
Stravinsky al respecto[3])
incluían un salario sustancioso, así como la inalteración de cualquier
aspecto de la partitura. El acusado talante elitista del compositor vienés,
incapaz de “bagatelizar”[4]
sobre nada, no encajaba con los presupuestos funcionales de una música
aplicada al cine. Para Schönberg, la música debía oírse “en términos
puramente musicales", lo que supone una concepción aristocrática de
la música en particular y del arte en general:
Si es arte no será para todos, y si es para todos no será arte.
(...) Mi creencia personal es que la música lleva consigo un mensaje profético,
revelador de una forma superior de vida, hacia la que evoluciona la
humanidad (Schönberg, 1963: 84/246).
Ya en su tratado de Armonía, publicado en 1911,
denotaba el compositor este perfil; recuérdese su emotivo y revelador final
(“¡Melodías de timbres! ¡Qué finos serán los sentidos que perciban
aquí diferencias, qué espíritus tan desarrollados los que puedan
encontrar placer en cosas tan sutiles!; 1979: 501): Pero al margen de los
supuestos "delirios de grandeza" del compositor, que en el fondo
recelaba por completo de una futura fusión de su obra con imágenes
filmadas (lo que en realidad serían imágenes expresamente adaptadas a su música),
la Música para una escena cinematográfica representa un experimento de
indiscutible interés, en cuanto a las posibilidades de integración de la música
autónoma atonal en el universo cinematográfico. Hubo que esperar varias décadas
para que ésta fuera llevada al cine, por fin, tal y como estaba
preconcebida en la mente de su autor[5].
BIBLIOGRAFÍA: BORDWELL,
David: The Musical Analogy. Yale French Studies, 60 (pp. 141-156). Yale
University Press, New Haven and London, 1980. COLPI,
Henri: Défense et illustration de la musique dans le film. Société d’édition,
de recherches et de documentation cinématographiques, Lyon, 1963.
CRAFT,
Robert: Conversaciones
con Igor Stravinsky
(Strawinsky Gespräche
mit Robert Craft,
B. Schott’s Söhne, Mainz, Alemania, 1961). Alianza
Editorial, Madrid, 1991.
HUSH,
David Sydney: Modes of Continuity in Arnold Schönberg’s Accompaniment to
a Cinematographic Scene. Tesis
Doctoral. Princeton University, Princeton, New Jersey, 1995. LACK,
Russell: La música en el cine (Twenty Four Frames Under. A Buried History
of Film Music. Quarter Books, London, 1997). Ed. Cátedra, Signo e Imagen,
Madrid, 1999. LACOMBE,
Alain / ROCLE, Claude: La musique du film. Éditions Francis van de Velde, París, 1979. LONDON,
Kurt: Film Music (Faber
and Faber, London, 1936). Arno Press & The New York Times, New York,
1970.
PRENDERGAST,
Roy: Film
Music: a Neglected Art
(New
York University, 1977). W.W. Norton
& Company, New York, 1992.
SCHÖNBERG,
Arnold: Armonía (Harmonielehre, Universal
Edition, Viena, 1922). Ed.
Real Musical, Madrid, 1979.
El
estilo y la idea (Style and Idea.
Philosophical
Library, New York, 1950). Taurus,
Madrid, 1963.
SCHÖNBERG,
Arnold / KANDINSKY, Wassily: Cartas, cuadros y documentos de un encuentro
extraordinario. (Briefe,
Bilden und Dokumente einer aussergewöhnlichen Begegnung. Residenz Verlag,
Salzburg und Wien, 1980). Alianza Música, Madrid, 1993. STUCKENSCHMIDT,
H. H.: Arnold Schönberg (Atlantis Verlag A.G., Zürich, 1951). Ed. Rialp,
Madrid, 1964. Thomas, Tony: Music for the Movies. A..S. Barnes and Company, South Brunswick and New York, 1973. [1]
No hay que olvidar que la
evolución de Schönberg hacia el lenguaje musical atonal camina
paralela a la de Kandinsky (figura clave del expresionismo pictórico)
en cuanto a la gestación de un arte no figurativo o abstracto. [2]
Tal vez no fuera su único
contacto con la industria del cine: Henri Colpi comenta que Schönberg
podría “haber acompañado, bajo un pseudónimo, varios pequeños
films policíacos de serie B” (1963: 79). Roy Prendergast, a su vez,
habla del encargo aceptado por el compositor para hacer la música de la
película Souls at Sea (Henry Hathaway, 1937) que finalmente fue
compuesta por Milan Roder, W. Franke Harling, Bernhard Kaun y John
Leopold (1992: 46).
[3]
El mismo Tony Thomas cuenta
que el compositor ruso mostraba cierto interés por escribir música de
cine, pero ninguno por comprender el proceso de adaptación de ésta a
la imagen. Columbia le propuso para la banda sonora del drama bélico
Commandos Strike at Dawn (John Farrow, 1942). Stravinsky -que aceptó
encantado, pensando sin duda en los beneficios económicos- compuso la música
por su cuenta antes de que estuviera realizada la película. El estudio
no consideró su trabajo apropiado para el film y el compositor lo
arregló como obra sinfónica de concierto (Cuatro Impresiones
Noruegas). Sobre este tema, véase Craft, 1991: 179-180. [4]
Rasgo germánico de su carácter definido por su principal biógrafo,
H.H. Stuckenschmidt: “Sus bromas, como sus polémicas, siempre estaban
unidas a una preocupación intelectual” (1964: 79). [5]
Einleitung zu Arnold Schönbergs
Begleitmusik zu einer Lichtspielszene (Introducción a la Música para
una Escena Cinematográfica de Arnold Schönberg, Jean Marie Straub y
Danièle Huillet, 1972), cortometraje de 15 minutos de duración
producido en Alemania. Posteriormente ha habido otras tentativas, como
la de Axel E. A. Fuhrmann Im Traum -Verfilmung der Begleitmusik für
eine Lichtspielszene op. 34 (En sueños -Adaptación cinematográfica de
la Música para una Escena Cinematográfica op. 34, FMN Classical Music
Pictures, Alemania, 1999, 9'30''). |